En el camino, son testigos del terror y la violencia producida por el choque de dos mundos que parecen condenados a no vivir en armonía.
En el campo de batalla arrasado, un muchacho yace sobre la tierra. Su cuerpo está cubierto de barro, polvo y sangre. Es difícil definir si está vivo o muerto, hasta que abre los ojos y mira ido hacia el cielo. Es Ramón Castilla, joven cadete de caballería del ejército realista, de abuelos aimaras y españoles. Corre el año 1817, está en Chacabuco, y San Martín acaba de aplastar a su ejército. En los días siguientes, será llevado en caravana, junto a los otros soldados vencidos, a través de la cordillera de los Andes en Argentina hasta Buenos Aires, a la prisión de las Bruscas.